Él, tu hijo, nuestro hijo,
retoño de amor y desvelos, rociado con agua de manantial, dulce y fresca,
nutrido con arcaicas remembranzas desenterradas del añejo baúl, conservado
junto a la salobre gota que lo mantuvo activo, él subió al barco de espaldas a
ti.
El viento agita su
camisa blanca, remolinos de grandeza su oscura cabellera que la brisa de la
melancolía remueve rubricando un ciclo que ya es tiempo pasado. Más no es el
pretérito su última etapa sino un futuro incierto y no obstante, pletórico de esperanzas.
Tus manitas blancas
portan ese ramo de flores arrancadas del jardín para la ocasión del adiós, o
hasta pronto, o quizá hasta siempre. No hubieras querido desecharlo pero sólo
quedan los tallos…se fueron deshojando como hojas en blanco cubiertas por
lágrimas y el viento, aliado a tu pena, lo arranca de tus manos para
ofrendárselo al mar.
Mecidos por las olas,
el hijo en el barco, el ramo sin pétalos, se alejan del puerto. Te abrazo
fuerte, noto en tus ojos húmedos que estás
dispuesta a arrojarte a las gélidas aguas, no puedo permitirlo, debes
dejarlo partir pues de la vida es y a ella debe retornar… Su silueta se vuelve
difusa, cada vez más pequeña, apenas una sombra en el inaccesible horizonte.
Seco tus mejillas de… ¿Gotas de mar o perlas de dolor? Te apoyas en mi pecho,
rendida, entristecida, y yo acaricio tu vientre que te sabe a vano mientras te
susurro al oído:
- He sembrado tu
vientre en noches de pasión, allí está mi simiente. Germinó, dispón tu alma, tu
cuerpo, tu corazón pues ya está en camino el próximo vástago que hemos de
parir…
Es un maravilloso escrito. Felicitaciones.
ResponderEliminarMuchísimas gracias, estimado amigo Miguel, un gusto tu visita.
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