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jueves, 29 de diciembre de 2011

UNA HISTORIA ENTRE TANTAS


Toda la semana haciendo changas, juntando cartón, cortando el césped de la gente rica. Llegaba a casa, agotado pero feliz. Les había prometido a mi señora y mis cuatro hijos que iríamos a festejar el bicentenario. Estaban entusiasmados ¡Si hasta iban a poder comer un pancho! Claro, se viajaba gratis por estos días ¡La patria estaba de fiesta! Y razón que tenía, ahora somos libres, no dependemos del rey, vivimos en democracia. Qué sé yo, me tocó el corazón ver tantas banderas colgando de los balcones. La gente festejaba y pensé “Nosotros somos pobres pero también argentinos y algún día tendremos una casita de verdad, no como esta que a fuerza de pulmón, con chapas y algo de ladrillos, conseguí construir” Como sea, es nuestra casita, no vivimos en la calle, tenemos un techo para cobijarnos. Nos tomamos unos mates con la vieja, le dijimos a los pibes que se vistan y nos fuimos a tomar el tren y después un colectivo.
Yo acariciaba el bolsillo del pantalón, ahí estaban los pocos pesos que había juntado, no veía la hora de llegar y zambullirme en la multitud. Compré banderitas para que los chicos no se sintieran menos que los otros. Asombrados, miraban con los ojos dilatados, el cabildo iluminado, las calles vestidas de celeste y blanco. Bailaban al son de la música mientras mi compañera y yo, nos apretábamos las manos y nos mirábamos con ojos llorosos. Créanme, era una emoción auténtica. Ese día no había ricos y pobres, todos éramos argentinos y eso era lo único que importaba.
El cielo comenzó a cubrirse de nubes pero no nos dimos cuenta hasta que las primeras gotas mojaron nuestra vestimenta. Cuando la lluvia se hizo intensa y el viento agitaba las banderas que se enredaban en las copas de los árboles, pensé que sería mejor que regresáramos, la vuelta era larga y complicada, los chicos ya habían visto suficiente, comieron sus panchos y yo había cumplido mi promesa. Cuando bajamos del tren se nos hizo peliagudo esto de caminar sobre la calle de tierra. Al fin llegamos. No podía creer lo que veía, mis ojos se cubrieron de lágrimas, mi cuerpo se sacudía convulsivamente, el grito traspasó mi garganta expulsando la angustia en un furioso aullido. Mi casa ya no estaba, en su lugar, un montón de chapas y cartones que se aglutinaban sobre los ladrillos que habían conseguido mantenerse en su lugar. Miré a mis hijos, sus caritas asustadas, mi mujer temblando de frío y dolor “¡Maldita lluvia! ¿Maldita lluvia?” Pensé en las gentes que cubiertos con paraguas corrían a sus casas a tomar un plato de sopa caliente, encender el hogar, darse un baño, ponerse ropa seca para sentarse frente al televisor y seguir disfrutando de la fiesta a través de la pantalla. Lástima, no llegamos a gritar ¡VIVA LA PATRIA!
                          Imagen tomada de Internet
               MAYO 2010 MES DEL BICENTENARIO
               Autora: Myriam Jara- Eterna poeta disconforme