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miércoles, 21 de mayo de 2014

LA CITA (Dueto Literario)






Hora temprana de un día gris que no dice nada. Gris como la pequeña estación de tren donde se encuentra ella.
Ella, apenas una mujer… Único ser vivo en aquel nada atractivo lugar donde ni siquiera los pájaros se atreven a cantar, donde la ausencia de árboles le dan esa tonalidad mortecina. Allí, en la gélida estación donde impera el silencio…
Ella, sentada en el único banco de hierro oxidado que parece como olvidado, semejando un viejo adorno que perdió su brillo; adorno que no se arroja pues a nadie le importa su presencia. El banco, tan ignorado como ella, la mujer de los ojos empañados ¿Lágrimas de frío, o quizás de dolor? Imposible descifrar esa mirada que se pierde más allá del horizonte.
Ella, arropada con un níveo vestido que la insignificante brisa no alcanza a agitar. A su lado un bolso y una valija, ambos de color verde como la esperanza.
Un hombre, joven y esbelto, se acerca y casi murmurando, dice:

-Perdón señorita ¿o quizás señora? ¿Me permite sentarme?

Pega un sobresalto, la voz masculina la estremece. Años de mutismo, años de no oír más que el ruido ensordecedor cuando la tormenta se apiada de la sequía en ese pueblo que hasta DIOS dejó abandonado. No son tantas las tormentas, tal vez por eso le gustan tanto ¿Qué otra cosa puede esperar sino el violento aguacero?
Gira la cabeza y lo mira. Es alto, viste un traje de corte inglés, a rayas. En sus manos, un maletín. Tal vez sea el médico del pueblo aledaño. Hace días que se lo espera. Doña María está enferma, muy enferma. Es posible que muera, sí, pero de todos modos sus hijos llamaron al doctor.

- ¿Puedo sentarme a su lado?- Repite el hombre alto de traje inglés.

- ¡OH, sí, por supuesto!- Se corre a un lado y deposita su maleta en el piso mientras piensa cuán cascada sonará su voz para ese forastero que ignora todo de ella. Él toma asiento, ella baja la mirada, aprieta su bolso verde, el color de la esperanza…

Transcurre un minuto, quizás dos, el silencio los separa...

-¿Sabe si el tren llegará a horario?, quise consultar en la boletería pero el encargado salió...no sé...

-El tren...ah... si, el tren, dicen que por lo general respeta lo anunciado, pero nunca es posible estar seguro, no nos queda otra que esperar.

-Igual que en la vida, ¿verdad?, siempre esperamos. Perdón la indiscreción ¿Usted vive aquí?

-¿Vivir?- Una mueca irónica se dibujó en su rostro, estremeciéndolo a él. Sus ojos parecían rojos, un brillo intenso y extraño había en ellos- Sí, se podría decir que “vivo”, aunque no necesariamente en este sitio. En realidad, siempre viajo, voy hacia donde me necesiten, hacia donde me manda…
Se interrumpió, no debía decir más de lo ya dicho. Giró la cabeza y miró en dirección a las vías del ferrocarril. Faltaba poco para que llegara el tren, entonces sí, sin que medien palabras, él obtendría la respuesta.

-Perdón, no quise molestarla, entiendo que mi curiosidad llegó demasiado lejos, sepa disculparme, es que su frase inconclusa...va donde le indican...me asombró un poco, pero por supuesto no soy yo quién debe conocer sus actividades. No obstante su duda en continúar su explicación...bueno, si lo prefiere lo dejamos así, o quizás...

A los lejos se escuchó el leve rugir de una locumotora; la custionada lo miró como insinuando algo, que el susodicho no alcanzó a comprender.
Nuevamente el silencio ocupó la escena. Ella comenzó a preparse un poco, del bolso sacó un pequeño espejo y un hermoso cepillo con un mango al parecer de hueso de animal, que llamó la atención del supuesto médico, no pudo dejar de expresar su asombro y exclamó:

-Que maravilla, ¿es un regalo que recibió?

Ella no respondió. Lo miraba fijamente mientras cepillaba su larga cabellera. Una vez más, esa mirada extraña que lo estremeciera. Sintió el sudor frío deslizándose por el rostro de él, acompañado de náuseas. El dolor de estómago lo sorprendió. Se arqueó. El maletín cayó de sus manos. Ella actuaba con serenidad, como si los acontecimientos estuviesen dándose tal como debían acontecer. Apoyó una mano en el pecho del hombre.

-Es la hora. Vamos, no debemos demorarnos. Debo acudir a la próxima cita.

La miró y no emitió palabra. No había nada más que preguntar, todo lo que debía saber se le fue dado a conocer en ese preciso instante. Ella, la señora de la guadaña, arrojó a las vías el cepillo con mango de hueso. Cuando sintió el último hálito, lo levantó en brazos, no sin antes amputarle una porción de hueso…

Autores:
Ella…. Myriam Jara (Argentina)
Él……. Beto Brom (Israel)

Safecreative N° 1403240417468, 24-03-2014