¿Cómo
se hace para controlar las lágrimas que te vuelven endeble ante los otros?
Los
otros, esos que esperan con ansias verte morder el polvo.
Los
otros, esos que se engrandecen cuando tu espalda se arquea por el llanto
incontenible, porque aunque intentes tragártelo, no puedes, está ahí y debe ser
secretado, o tu cuerpo anegado por dentro, se ajará, y junto a él, tu alma.
Los
otros, esos que plácidamente apostados en sus servilismos, esperan ver tu final,
puesto que ya diste muestras de que alcanzas las metas con la misma facilidad
con la que ellos obstruyen los párpados para no ser testigos de tu vuelo hacia
los cielos, que jamás alcanzarán.
Los
otros, que muy a su pesar, comprendieron que el mundo es tuyo cuando tú lo
decides, y eso no les agrada. Saben que tus quimeras sólo lo son por efímeros
momentos pues las utopías se diluyen cuando creas tus acertadas circunstancias.
Tú siempre lo logras, tú sabes revertirlos a meta absorbida, y partir hacia tus
sueños, que para ellos son extraños, mientras que la aurora aguarda que le concedas tu sonrisa.
Ahondas
en tu esencia y gritas ¡AQUÍ ESTOY!
El
frenesí por engullirte la vida de un sólo mordisco, te llevó a cometer un
embarazoso desliz: exponerte sin astucias, ser fidedignamente tú, y eso no se
perdona, eso se condena.
La
hipocresía es directriz de la vida, y la masa va siguiendo la recta sin
cuestionarse nada pues no tiene discernimiento, le falta cognición, no puede
articular sus neuronas. Ausencia de sinapsis, dendritas y axones nunca se
tocan.
Pero tú pudiste, tú lo conseguiste, saliste de la cohesión execrable,
erigiste tu propio infinito con tres soles, diez lunas y ninguna estrella. No
eran necesarias, tú eres la estrella superior, única, insustituible, sabedora
de extraños conjuros que ansían extinguir tu luz y sin embargo no lo logran. No
siempre.
¿Por
qué permitiste que hoy lo hicieran? ¿Por qué les entregaste la reserva de paz
que había en tu alma? Ahora sólo hay oquedad, zozobra, inquietud, desvelo y
miedo.
¿A
qué le temes? ¿A la demencia? ¿Y por qué? No le temas, es sólo un estado de
consciencia ¿Acaso es mejor la prudencia que te vuelve marioneta del contexto?
No lo creo.
¡Deja
de gimotear, ya no sientas compasión por ti, elévate y resurge! Una vez más,
sí, una y mil veces más hasta que la señora portadora de la guadaña venga por
ti. Entonces sí, la paz, el sosiego, el
mutismo amoroso, el gozo que se inmortaliza…