Ha pasado más de medio siglo y aún
perdura en la memoria ese lustro de mentiras y traiciones.
Era el séptimo día de cada semana, el
injusto y puntual séptimo día en que el alma se desprendía del cuerpo para
migrar, como ave en vuelo, a las puertas del cielo en el preámbulo del ocaso,
con un manto gris, tan gris como la noche que se avecinaba tornándose, con el
paso de las horas, oscura, silenciosa, de umbroso profundo con perfidia de
constelaciones.
No trinaba el ave, apenas un inaudible
quejido de muerte, reprimido, obligado, censurado.
A lo lejos veía la luz anunciando la
pronta llegada al paraíso…falacia… agonía…
Se abrían los portales para dar paso,
y se debía entrar, era la condena impuesta por haber osado venir a la vida sin
consentimiento.
-No será tu voluntad, no ahora que no
tienes valor ni medios para enfrentar la existencia, pequeño engendro.
A lo lejos se veía bello, pero al
traspasar los pórticos, no había ángeles, sólo demonios de aura negra y
vestiduras albas.
Comenzaban las sesiones de flagelo…Enmudecida
por el miedo, todo lo soportaba sin llantos, sin gimoteos, apenas la impotencia
en el sudor de unas cuencas sin ojos y el corazón palpitando enérgico.
Fin de la desdicha…hasta el próximo
séptimo día.
-Retorna a tu frágil osamenta y sella
los labios, no te atrevas a develar el secreto de los diablos ataviados de
ángeles.
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