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sábado, 14 de junio de 2014

EL LABERINTO DE MIS SUEÑOS


Me desperté confundida,
Obnubilada, angustiada…
Mensaje confuso, casi inaudible,
Apenas musitado, susurrado.

Voz tenue mascullando incongruencias…
Que la magia no es una farsa,
Irrisorias las gotas de tormento
Si no se estrecha la visión.
 
 Que desistir es de cobardes,
Que valiente es aquel que retrocede
Para limpiar el camino
Que con lágrimas ha encharcado.
 
Se derrumbaron las paredes
De la tenebrosa celda
Que fue mi penosa morada,
La única, la postrera.
 
 Removí piedras y  miedo,
Me arriesgué a cruzar la frontera,
La misma que yo forjé
Defendiéndome del afuera.
 
Selvas tupidas, picos nevados,
Cielos grises, pocas veces refulgentes.
Marejadas, manantiales,
Aguas bravas, corrientes mansas.
 
Como Alicia, me extravié.
Perdí el rumbo más no la razón.
Mantuve los pasos firmes,
La mirada más allá del horizonte.
 
No recuerdo si lo vi o lo imaginé,
Tan majestuoso su porte,
Y esa mirada penetrante
Incitándome a adorarlo.
 
¿Cómo podría no hacerlo?
Hombre de franca sonrisa,
Soñador loco, con alas,
Amo de mis andanzas.
 
Llegué hasta él y no paro.
Ya no puedo detenerme,
Un futuro por delante,
Un presente por vivir.
 Si hoy la vida me sonríe
No es por piedad, es por mí.
Es por él, amor y pasión,
Es un obsequio de Dios.


martes, 10 de junio de 2014

CONTRASTES


No pudo abrir los ojos de inmediato cuando salió, tal era la intensidad de la luz. Los mantuvo cerrados unos segundos mientras intentaba recordar cuánto tiempo hacía que no salía; llevaba encerrado meses, o tal vez años. No le importaba demasiado. No había sido tan malo como pensaba. Salvo por la luz. Era cuestión de un minuto o dos para que sus retinas se adaptaran a la recepción de imágenes.
Ya no era negro el color predominante. Podía percibir la violencia del rojo; cuando se tornara amarillo los podría abrir. Fue despegando la pestañas viscosas y  enredadas entre sí; le costó un gran esfuerzo separar los párpados que los apreciaba aplastados por bloques de plomo; no le resultó una tarea sencilla pero lo logró. Ahora sí podía comenzar a recorrer el lugar.
Iba a salir en busca de una flor, precisaba, imperiosamente, ver sus colores, percibir su aroma.
Sus compañeros de destino se reían, se mofaban de él.
-¡Miren, el caballero se volvió sensible como una señorita!
Las carcajadas sonaban tétricas.
-A lo mejor se enamoró de la vecina y quiere conquistarla.
-¿Cuál? ¿La damita recién llegada?
-No seas testarudo, hombre, que es muy joven.
Más risas, grotescas, asediadoras, necias.
-No me importa la opinión de ustedes, pueden pensar lo que quieran, yo necesito una flor y la voy a conseguir- Había consternación y ansiedad en su voz cascada por el tiempo de recogimiento y cerrazón.
Las risotadas se fueron aquietando. El silencio se tornó despótico cuando se infiltró el primer rayo de sol. Los que se reían, callaron, y los que guardaban silencio, lloraron. Muy pocos permanecieron impasibles; eran los que todavía no se reconocían en su efectiva realidad, aquellos que estaban indignados con la vida, los que se sentían abandonados.
-Ya se les va a pasar, ya van a acostumbrarse, es un devenir del que nadie puede escapar- trataban de explicarles los más vetustos, los resignados y los complacidos.
-No es mejor afuera. Acá, al menos, somos todos iguales.
-Y sí; una justa realidad donde no hay lugar para privilegios- apoyaban los resentidos.
Él pertenecía a la casta de los veteranos, habituado al contexto, pero ese día ambicionaba una flor y la iba a obtener.
Fluía con delicadeza, miraba sorprendido. La ciudad estaba como siempre. Nada había cambiado, un poco más poblada, tal vez, pero su arquitectura se conservaba incólume, aunque ya no era tan concurrida.
Se advertían grupos, eran pequeños, a lo sumo cuatro o cinco personas en cada uno. Antes era diferente. Cuando él llegó, eran cuantiosos, compuestos por decenas ¡Ahora se veía tan desolado!
-Sin duda que se está desguarnecido aquí afuera- dijo en voz alta y advirtió, instantáneamente, que la señora sentada en un banco desvencijado y gris como los días nublados, ni siquiera se inmutó ante su aspecto que él presuponía devastador.
-Debe estar muy metida en su sufrimiento- conjeturó y continuó avanzando tras su objetivo sin volver la vista.
Se perpetuó transitando las arterias de su metrópoli en busca de una flor, su flor.
Llegó al tramo aristocrático poblado de moradas majestuosas y esculturas señoriales.
-¡Cuánta ostentación, qué raro contraste la vida!- volvió a manifestarse en voz alta pero la parejita que pasó a su lado, abrazada, no se conmovió. Tampoco allí halló una flor.
-¿Será por qué no se cotizan en la bolsa? Rió sarcástico, festejando su sentido del humor que, pese a los sucesos, no había perdido.
Se dirigió con entusiasmo al sector más pobre de la ciudad; allí siempre había flores. La gente humilde solía ennoblecer las insignificancias que, por un puñado de monedas, volvían la vida más digerible. Se sorprendió de no ver ninguna.
-¿Es posible? ¿Cuánto cuesta un ramo de claveles?
Comenzaba a preocuparse.
-Algo perverso está sucediendo, algo pasó, algo muy extraño- repetía en una letanía que acrecentaba su inquietud minuto a minuto.
Sin embargo, no renunciaba. Si antes quería una para él, ahora pretendía llenar de flores su ciudad desatendida, deslucida y fría, aunque el sol calentara las veredas solitarias.
Ni los necesitados, ni los ricos, ni los marginales, ninguno tenía flores.
-Puedo vislumbrar que algo infrecuente acaeció en el universo- su voz sonó intencionadamente dramática cuando traspasó a los ancianos que marchaban lánguida y espaciosamente, como si el aire del ambiente les impidiera llenar los pulmones de oxígeno. Iban asidos del brazo, ella sollozaba y él le acariciaba los cabellos blancos, pero ninguno de los dos pareció atenderlo.
-Fuimos dejados de lado, espectros silentes e impalpables, testigos anónimos de un mundo habitado por almas empobrecidas, abstraídas en su propio aislamiento, extrañas al padecimiento de sus semejantes. Mejor así.
Abatido de tanto examinar y no descubrir el tesoro que buscaba, tomó la decisión de violar las reglas, de ir más allá de los límites permitidos.
Atravesó el portón y anduvo por horas encontrando y recogiendo, una a una, cada flor. Villa Devoto, Palermo, Plaza Francia, el Parque Japonés, San Telmo, Retiro, cada plaza, cada casa, fue despojada de sus colores y fragancias, quedando Buenos Aires convertida en una ciudad mustia, fría y desolada, aún cuando el sol calentara las calles. Toda la noche le llevó la labor. Al amanecer regresó a su ciudad y plantó una por una cada flor.
El sector pobre, el rico, el marginal, el de los que nunca nadie quiso, ninguno se quedó sin sus ramilletes de flores. Antes de que el sol asomara, retornó a su lugar.
La ciudad de los muertos estaba colorida, el aire impregnado de olor a magnolias, rosas, claveles, margaritas, violetas y jazmines, mientras el mundo de los vivos se preguntaba ¿Quién le robó las flores a Buenos Aires?
 

martes, 3 de junio de 2014

VIAJA CON EL VIENTO, PLEGARIA MÍA



De este lado de la pradera, justo aquí, exactamente en el área en que me hallo, caen bolas de fuego que colapsan las entrañas y laceran la cordura. El aire no es aliado que acalle la agonía. El oxígeno, que resulta insuficiente para dilatar mis pulmones, se alía con el fuego potenciando su dominio; es entonces que la fiebre aumenta, y la piel blanca se atrinchera en busca del color canela. La garganta se reseca, pero quiero aullar, quiero y necesito gritar:

-¡AYÚDAME, SEÑOR! ¿No comprendes que ya no soporto esta sequedad? Dame de beber ¡OH, DIOS! ¡QUE LA LLUVIA APLAQUE ESTA SED!

Allende la pradera, vislumbro los cerros que ocultan mi sagrado tesoro, que para ellos son escombros, y para mí, el recinto donde mis huesos han de reposar.
Allí ha de llover, siempre llueve en los cerros. Lluvia que refresca, lluvia que complace, lluvia que mitiga los ardores. El sol se asoma pocas veces, más no es abrazador, el sol es amigo y cómplice; concede el brío que requiere mi esencia mutilada.
Lágrimas, cual trozos de cristales que desgarran las retinas, brotan de mis ojos sedientos para hidratar esta capa fina que cubre mis pómulos esculpidos con cincel de bronce.
Los cerros… los cerros… allí no habrá espejos que encandilen la razón.
¿Pero cómo haré para atravesar la pradera sin profanar el césped, sin remover los pétalos de las flores que, presuntuosas, se enarbolan destilando aromas, obsequiando colores? ¿Cómo traspasarlo sin que lloren los pimpollos, retoños de otoño que buscan primaveras? ¿Cómo haré si no tengo alas que me trasladen a los cerros donde el aire es puro y la brisa tibia?
Si fuera un gigante, si mis piernas fueran largas como río de aguas calientes que arrastra en su cauce contaminación impregnada de sangre, sangre que aun emana de la joven montaña y también de la vieja.
Años que son siglos, siglos de quinientos años que evocan la aniquilación de la savia del longevo árbol que escapó de sus raíces…
Si mis  piernas fuesen sólidas como piedras talladas que se ensamblan proporcionando vida a la pira que devora vidas para alimentar a imaginarios titanes, pira en que inmolar es delirio de ídolos que prometen.
Si tus manos fueran elásticas, si pudieran extenderse y llegar hasta mí, saltaría el abismo, las cordilleras, las aguas tormentosas, inclusive la pradera, sin pisar retoños, sin pisar el césped, sin pisar las flores.
Si tus manos alcanzaran las mías… Pero no se puede, tú no puedes, yo no debo…
Apenas cinco hálitos me quedan. En cinco segundos, que es casi un lustro, todo habrá acabado.
Debo intentarlo, nada pierdo. Si ya nada queda de este lado de la pradera. Aridez, fatiga, ausencia de oxígeno, hastío. Sólo eso, y no es bastante.
Déjame inhalar las postreras moléculas, permíteme expandir los lóbulos, reservorios de existencia. Aguarda que tome valor y pegue el gran salto.
Aguarda, aguarda, tal vez, me broten alas y consiga elevarme más allá de este plano. Saltar el barranco o sucumbir en la tentativa.

De todos modos, ya estoy muerta. Creo…

lunes, 26 de mayo de 2014

VUELA, CRYSÁLIDA, VUELA


Perder, perder, todo el tiempo perder… Perder instantes que fueron y ya no serán. Perder la risa que a cuentagotas nos visita; perder esos sueños que no exigen estar dormidos para ser interpretados.
Perder la suerte, perder las ganas, perder el néctar que endulza tibiamente los días.
No se puede perder todo el tiempo, no se le debe consentir a la vida tanta vanidad; vieja hambrienta que mordisquea las esperanzas sin siquiera interesarle si son salobres o si saben a helado de vainilla.
Cada mordida duele como punzada aguda en el músculo cardíaco. Y la postrema espera: El final de la existencia  ¿Es que acaso puede llamarse vida a esta interminable seguidilla de penas? ¡Ah, vida, vida! Arremetiendo como el Simún contra la nobleza de las arenas del  desierto.
No, eso no es vivir, eso es perdurar, y finalmente, el hastío tan vigente, sujetando las raíces del pasado.
¿Dónde hallar la caritativa mano de la expiración que conduzca al túnel de luz inmaculada que te envuelve como un sensible amante, consagrando calor y ternura?
Más la muerte no comparece.
El dolor es sólo indicio de una nueva pérdida. Derroche de horas haciendo balance, llenando hojas con “debe y haber”, la tinta roja agotada, la sangre que transita por las venas, las arterias y los capilares, para hilvanar con su torrente cada despedida.
Hojas en blanco extinguidas ¿Dónde escribir sino en mi propia piel? Signo-eczema… cada pústula, un nuevo quebranto revistiendo mi dermis que perpetúa la carencia del consuelo, que exonera el pecado de ser cuando no se debió ser.
Busco la evasión en el sueño. Soñar ¿Para qué, si al despertar se comprende que los sueños, sueños son?
Blanca túnica que reviste mi cuerpo cual cárcel lapidándome el alma.
Poco a poco, sin obviar centímetro, va recubriéndome de una gruesa, agrietada y acartonada lámina negra hasta mutar en cascarudo, peregrino de siglos en busca de  la gruta donde habitan ellos: cofradía de perdedores. Ser lo que se debe ser.
Ente vivo que descubre el júbilo oculto tras el impenetrable escudo.

Nada sale, nada entra… 

domingo, 25 de mayo de 2014

ME VOY P'AL EDÉN


Señores del Olimpo,
Esta sumisa mortal
Os viene a implorar
Que le prestéis atención.

Provengo de un universo

¡Ay, que larga la travesía!
Acullá de vuestro Edén,
Planeta donde impera el caos.


Si vosotros podéis
Prescindir, hoy, de él,
Entregaos a vuestro Dios
¡Alguno debéis tener!

 El planeta perece,
La congoja nos anega,
Requerimos algún Dios,
Si es guapo, tanto mejor.


Cualquiera nos viene bien
Dada la penosa situación,
No vamos a ponernos exigentes,
Si pueden ser dos, mucho mejor.

Bajadlos de la peana
Allí donde los guardáis,
Permitidles  la caída,
Ya lo hicisteis con Luzbel.


Que expandan  las alas,
Que planeen  sobre  esta caterva
De millones de vagonetas
Y les den un buen sacudón.
Debemos recuperar la risa,
Ese júbilo pestilencial,
El humor descabezado

Porque acá, está todo mal.


miércoles, 21 de mayo de 2014

LA CITA (Dueto Literario)






Hora temprana de un día gris que no dice nada. Gris como la pequeña estación de tren donde se encuentra ella.
Ella, apenas una mujer… Único ser vivo en aquel nada atractivo lugar donde ni siquiera los pájaros se atreven a cantar, donde la ausencia de árboles le dan esa tonalidad mortecina. Allí, en la gélida estación donde impera el silencio…
Ella, sentada en el único banco de hierro oxidado que parece como olvidado, semejando un viejo adorno que perdió su brillo; adorno que no se arroja pues a nadie le importa su presencia. El banco, tan ignorado como ella, la mujer de los ojos empañados ¿Lágrimas de frío, o quizás de dolor? Imposible descifrar esa mirada que se pierde más allá del horizonte.
Ella, arropada con un níveo vestido que la insignificante brisa no alcanza a agitar. A su lado un bolso y una valija, ambos de color verde como la esperanza.
Un hombre, joven y esbelto, se acerca y casi murmurando, dice:

-Perdón señorita ¿o quizás señora? ¿Me permite sentarme?

Pega un sobresalto, la voz masculina la estremece. Años de mutismo, años de no oír más que el ruido ensordecedor cuando la tormenta se apiada de la sequía en ese pueblo que hasta DIOS dejó abandonado. No son tantas las tormentas, tal vez por eso le gustan tanto ¿Qué otra cosa puede esperar sino el violento aguacero?
Gira la cabeza y lo mira. Es alto, viste un traje de corte inglés, a rayas. En sus manos, un maletín. Tal vez sea el médico del pueblo aledaño. Hace días que se lo espera. Doña María está enferma, muy enferma. Es posible que muera, sí, pero de todos modos sus hijos llamaron al doctor.

- ¿Puedo sentarme a su lado?- Repite el hombre alto de traje inglés.

- ¡OH, sí, por supuesto!- Se corre a un lado y deposita su maleta en el piso mientras piensa cuán cascada sonará su voz para ese forastero que ignora todo de ella. Él toma asiento, ella baja la mirada, aprieta su bolso verde, el color de la esperanza…

Transcurre un minuto, quizás dos, el silencio los separa...

-¿Sabe si el tren llegará a horario?, quise consultar en la boletería pero el encargado salió...no sé...

-El tren...ah... si, el tren, dicen que por lo general respeta lo anunciado, pero nunca es posible estar seguro, no nos queda otra que esperar.

-Igual que en la vida, ¿verdad?, siempre esperamos. Perdón la indiscreción ¿Usted vive aquí?

-¿Vivir?- Una mueca irónica se dibujó en su rostro, estremeciéndolo a él. Sus ojos parecían rojos, un brillo intenso y extraño había en ellos- Sí, se podría decir que “vivo”, aunque no necesariamente en este sitio. En realidad, siempre viajo, voy hacia donde me necesiten, hacia donde me manda…
Se interrumpió, no debía decir más de lo ya dicho. Giró la cabeza y miró en dirección a las vías del ferrocarril. Faltaba poco para que llegara el tren, entonces sí, sin que medien palabras, él obtendría la respuesta.

-Perdón, no quise molestarla, entiendo que mi curiosidad llegó demasiado lejos, sepa disculparme, es que su frase inconclusa...va donde le indican...me asombró un poco, pero por supuesto no soy yo quién debe conocer sus actividades. No obstante su duda en continúar su explicación...bueno, si lo prefiere lo dejamos así, o quizás...

A los lejos se escuchó el leve rugir de una locumotora; la custionada lo miró como insinuando algo, que el susodicho no alcanzó a comprender.
Nuevamente el silencio ocupó la escena. Ella comenzó a preparse un poco, del bolso sacó un pequeño espejo y un hermoso cepillo con un mango al parecer de hueso de animal, que llamó la atención del supuesto médico, no pudo dejar de expresar su asombro y exclamó:

-Que maravilla, ¿es un regalo que recibió?

Ella no respondió. Lo miraba fijamente mientras cepillaba su larga cabellera. Una vez más, esa mirada extraña que lo estremeciera. Sintió el sudor frío deslizándose por el rostro de él, acompañado de náuseas. El dolor de estómago lo sorprendió. Se arqueó. El maletín cayó de sus manos. Ella actuaba con serenidad, como si los acontecimientos estuviesen dándose tal como debían acontecer. Apoyó una mano en el pecho del hombre.

-Es la hora. Vamos, no debemos demorarnos. Debo acudir a la próxima cita.

La miró y no emitió palabra. No había nada más que preguntar, todo lo que debía saber se le fue dado a conocer en ese preciso instante. Ella, la señora de la guadaña, arrojó a las vías el cepillo con mango de hueso. Cuando sintió el último hálito, lo levantó en brazos, no sin antes amputarle una porción de hueso…

Autores:
Ella…. Myriam Jara (Argentina)
Él……. Beto Brom (Israel)

Safecreative N° 1403240417468, 24-03-2014

lunes, 19 de mayo de 2014

CARTA A UN MISERABLE


Escribo para escupir mi bronca; sé que estas palabras nunca llegarán a usted. Usted no tiene lugar en mi mundo. Pero igualmente le escribo porque no sé dónde encontrarlo. Usted sabe ocultarse, tiene una estructura que lo protege, no porque su vida valga algo, en realidad no vale nada, por eso lo arreglan con algunos billetes que le impulsan a realizar su trabajo rápida y eficazmente.
Cumple su misión, entrega la mercadería y se va a casa a cenar con su familia, porque seguramente usted tiene familia ¿Mujer, hijas, hermanas, madre? Una familia que hay que mantener y bueno, eligió el camino más fácil. Si lo que yo gano por mes, trabajando duro, usted lo triplica en diez días, también trabajando duro, claro, no minimicemos su tarea que buenos dolores de cabeza le acarreará. No todas las jornadas laborales son iguales y usted no debe ser la excepción.
Digo, va a su casa a cenar, orgulloso de llevar el pan a la mesa o… ¿Todavía le queda algo de dignidad para meterse en un bar y emborracharse hasta olvidarse de lo sórdida y patética que es su existencia? Sucia es, eso no se discute y miserable…también, sí, es miserable.
Usted no se lleva la suma grande; esa es para el “jefe”, el señor de traje y corbata, el señor que bebe champagne, no para ahogar las culpas porque no las tiene. Bebe porque tiene gente como usted que le engorda la cuenta bancaria y él no tiene escrúpulos, tiene muchas razones para festejar. En cambio usted algo de duda me genera. Me pregunto y le pregunto ¿Qué siente cuando sale con el coche de la “empresa” para atrapar a sus presas? ¿Le produce placer, morbo tal vez, ver los ojos asustados de la jovencita que no sabe por qué usted la mete en un coche y la arranca de su familia?
Esa es su tarea. Transportarla a un sucio burdel y abandonarla para no volver a verla, no le interesa la suerte que correrá. A mí me gustaría creer que sí le interesa pero que no quiere pensar porque usted también tiene hijas que podrían ser víctimas de sus “colegas”, pero claro, el dinero se impone y es más fácil ganarlo de ése modo, más redituable diría yo. Sobrio o borracho, llega a casa y se acuesta pero ¿Duerme, puede dormir en paz o sus sueños son pesadillas recurrentes? ¿Puede imaginar a esa niña adolescente que a fuerza de drogas y golpes fue convertida en una esclava sexual sobre la que pondrán sus asquerosas manos hombres tan sórdidos y morbosos como usted?

Me quedo con la duda y la impotencia de saber que nunca se va a acabar, que miles de chicas inocentes verán sus vidas y las de sus familias destruidas para siempre, porque aunque a veces, no siempre, la policía haga redadas para calmar a la sociedad, y en la redada libere a varias, ellas no volverán a ser las mismas. Usted tampoco. Usted, sentado frente al televisor, mirará los rostros que antes vio, rostros golpeados, cuerpos con cicatrices, almas desgarradas. No importa, todavía le queda el control remoto, aprieta una tecla y mira alguna película de acción. Mañana es otro día, una nueva jornada laboral lo espera.

miércoles, 14 de mayo de 2014

ME RINDO


Basta, no disparen más.
¿Acaso no ven mis brazos extendidos al cielo?
¿No ven en mi mano la bandera blanca?
Estoy gritando ¡Me rindo!

No sé qué Dios me arrojó a esta arena
A enfrentarme con fieras,
A creer en mis ideas y pelear por ellas.
Pero ya no puedo ni quiero
Continuar batallando por el sin sentido.

Déjenme entregarme, no tengo más fuerzas,
No hay en mi alforja más municiones,
Me tiemblan las manos, el fusil me pesa.

Me ahogo, me hundo,
No puedo ni quiero
Seguir en este mundo.

No disparen más, estoy suplicando,
Me rindo, me entrego,
Estoy en sus manos,
Hagan lo que quieran…


lunes, 12 de mayo de 2014

LA SONRISA DE MYRIAM (Vídeo)

No hay mejor remedio que una buena sonrisa para combatir las lágrimas, aún cuando el dolor te agobie, o mejor aún, si el dolor te agobia.




miércoles, 7 de mayo de 2014

ARGUMENTACIONES (Dedicado a mi hija Jazmín, hoy madre ella)



A veces siento que la soledad me pesa,
A veces  observo con los ojos húmedos,
A veces quiero huir del planeta,
A veces me aíslo y no puedo ver más,
A veces extravío la dosis de confianza.

A veces siento el peso de la triste humanidad,
A veces mi espalda se arquea y se aflojan las piernas,
A veces creo que estoy enloqueciendo,
A veces me rindo, desisto de pelear,
A veces dejo de creer en el  prójimo.

Son esos días en que pierdo conexión
Con mi propio yo, con mi otredad.
Momentos fugaces que duelen,
Instantes de agobio que laceran el alma,
Segundos que aprecio como eternidad.


Sin embargo, te miro a los ojos,
Y hay tanta pureza, tanta fragilidad.
Escucho tu llanto, potente, exigente,
El deber me llama,  tengo que atenderte
Porque no podrías subsistir sin mí.

Porque necesitas mi leche materna,
Porque te hacen falta mis brazos,
Sentir el tamborileo de mi corazón,
Porque me elegiste y no puedo evadirte,
Porque eres mi sangre, porque soy tu madre.


Entonces revierto, me sacudo el miedo,
Retomo el coraje de seguir viviendo.
Le doy la espalda a los sinsabores;
Me digo y te digo, que vale la pena,
Que a pesar de todo, no es útil la queja.