No
conviene andar por la vida sin mirar dónde se pisa pues sin que te percates, se
abre un hoyo y te devora. La vida te devora; se traga tus sueños y escupe
decepciones; te enlaza una soga al cuello, quieres gritar y no puedes.
Ya
diste ese paso que nunca debiste dar. Producto de la irreflexión, la
imprudencia, cual cómplice que aconseja dejarse llevar por la estúpida
corazonada… te dejaste arrastrar por tu inconsciencia y ahora no hay más que
oscuridad pues la penumbra arrolló tu objetividad… cerrazón, lobreguez, el
pasaje sin salida, el camino sin retorno…
Entre
negros y blancos suelen fluir tus días… blancos de templada placidez…negros de
rabias reprimidas… más hoy sólo hay grises… grises que te enlutan los sentidos,
que te instalan la indiferencia en los huesos.
Los
astros están pero no logras visualizarlos, los nimbos que tu mente crea, se
enlazan formando un círculo, suprimiendo tu estado de alerta, extinguiendo el
sol, la luna, las estrellas. Allí están las luminarias… siempre están pero tus
retinas tan opacas como los días sobrevenidos, no pueden distinguirlas.
Has de
resistir recostado en este lecho que te aísla, protegiéndote de los ávidos de
inmolados. Este tálamo que te preserva, que desautoriza el ingreso de
husmeadores al aposento de paneles, también grises, refugio de viciadas
supuraciones que emanan de las heridas causadas y que huelen a sangre
coagulada, te ayudará a soportar sin pensar más allá de este instante. Es la
transitoria seguridad del recogimiento, es la existencia donde lo vital es la
inapetencia y el hastío, tu sustento…
Pero
pasa, justo cuando el relámpago ilumina la bóveda y el estruendo agita las
ánimas, precisamente en ese segundo en
que luz y estrépito convergen en una mágica incidencia, justo en ese segundo,
recobras la sapiencia, se evaporan los
grises, retornan los blancos y negros…transitoriamente…nunca se puede estar
seguro cuándo se volverá a pisar en falso…
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