No tiembles, Benazir, ya estás conmigo,
tu amado Jalil, ferviente amante, amo y esclavo. Has llegado hasta mí
atravesando los muros de piedras Moriscas, desafiando a los que nos condenaron
a vivir separados… tú, en esa fría celda… yo, en este repugnante pantano y
ahora que me restituiste mi identidad, ahora que puedo recordar aquella noche
ardorosa en que me brindaste tu esencia y piel y te hice mía, no serán estas
hienas las que nos impedirán estar juntos por siempre, no mientras este león
que recuperó la pujanza que de caballerizo dotado estaba, no ha de faltarme
coraje para hacer frente a los demonios que me hundieron en el estiércol.
¡No riáis, hijas del demonio, pues ya no
les temo ni a sus pezuñas ni a sus fanales que destilan odio color púrpura!
Pensasteis que sería vuestro por siempre pero la Dama Nívea trajo a mi doncella
y destruyó a vuestro supremo ente sombrío. Él ya no puede dañarnos, no desde la
morada del silencio y la oscuridad donde preside el lloro de entidades más prietas
que la del mismo Luzbel.
Bien sé que pensabais que sería
eternamente larva del cenagal. ¡Pues estáis equivocadas! Es natural, también yo lo concebí eterno, pero ahora veo
la luz y reconozco el camino, el punto exacto debajo de la bóveda celeste cubierta
por frondosos árboles donde las huestes del Califa me abandonaron a mi suerte,
a la doliente soledad que se quebró con la presencia de tres arpías envueltas
con alas de ángel. Sí, lo admito, tuve miedo al verlas vez ante mí. A pesar de
la belleza y voluptuosidad que ocultaba su fiereza, esos ojos que miraban
ávidos mi desnudez, mirada anhelante, gargantas secas, voz herrumbrada por
siglos de erótica demanda, ruego de meretrices clamando por mi sexo. Me
hicieron vuestro, no voy a desmentirlo, aun cuando esta revelación haga brotar
lágrimas a mi enamorada niña.
Benazir, te lo suplico, mi cuerpo nunca
les perteneció, se apoderaron de él, me convirtieron en prisionero de sus
oprobios, pero debes creerme, no tenía modo de resistirme. El espanto me
dominó, mi hombría se expresó para complacerlas, pero no hubo amor ni pasión,
sólo temor que me indujo a cumplir pretendiendo que eran ellas mi destino
final. Perdona mi debilidad, Benazir. Si pudieras verte reflejada en aguas
cristalinas, advertirías tus ojos llenos de horror, tienes miedo de ellas, mi
pequeña. Tú que desafiaste al Califa por amor a mí, les temes, pese a que te
tengo asida de la mano y mi pecho se engrandeció para escoltarte hasta el
paraíso ¿Por qué no habría de temerles yo, solo con mis tormentos, sabiéndome
impedido de escapar?
Ellas me resguardaban de los otros
demonios. Ellas, cual jauría de perras rabiosas, me defendían de quienes osaban
acercárseme. Sí, Benazir, no son las únicas, hay más, son decenas pero no se
muestran, se ocultan, se camuflan, y desde sus escondrijos avasallaban mi
juicio. Ellas me volvieron frágil, supeditado a sus caprichos de féminas
excitadas a cambio de protección. Empero, nunca les concedí mi alma, esa es
sólo tuya; por ella acudían, lo sabía. Más de mi sexo sólo manaba néctar amargo
del que aguanta por amor. Mi espíritu estaba fuera de mí, mi cuerpo, extrañado,
no tenía esencia, esta quedó en tus entrañas, mi amada.
Pero ya no temas, no
pueden lastimarnos, se agotaron sus energías.
Alcanzo a observar en sus miradas que
perdieron el rumbo, sin señor que las guíe por la senda del vicio. Quédate
detrás de mí, mi esqueleto, ahora erguido, será tu refugio. Evoco la noche en
que, embelesado por tu miel, me dejé prender, pero ya no, jamás volverán a
apartarnos, tú y yo somos uno. No vacilaré en enfrentarme al harén de Satán y
todos sus estúpidos súbditos si intentan interferir en nuestro destino.
Las arpías picaron mi cerebro, han
vaciado mi cráneo, se atiborraron hasta el hartazgo despojándome de cognición a
cambio de sus fluidos que, sediento, succioné de sus sexos cual majadero.
Ya no quiero ser un pervertido succionador
de los flujos del ardor. Os prometo, adorada Benazir, que no volveré a
enredarme en sus brazos, ni consumirme en el deseo de sus lenguas fermentadas.
¡Vosotras perdieron el poder,
desquiciadas que se piensan soberanas! ¡Reinas del orbe bruno, no sois más que
pobres lémures! Percibo el pavor en sus cuencas, huelo aprensión en sus pieles.
Temen, sí, temen mientras me burlo de ustedes ahora que la pureza de mi
princesa envuelve mi ser restableciéndome la razón perdida.
¿Qué os importa a dónde iremos? No os
preocupéis. Percibo que estáis alteradas. Calma, brujas de la noche, mi dama y
yo, no pertenecemos a vuestro dominio, y de aquí saldremos para restituirles el trono a los viles señores
¿Escucháis sus lamentos, sus voces
pidiendo piedad? Son ellos, vuestro amo y sus prosélitos, sin DIOS que los
oiga. Será mejor que vayáis por ellos, tal vez tengáis valor de sacarlos del
fango, o hundiros también vosotras. Guardad
el señuelo con el que me cogisteis ¡Háganse a un lado, no me obstruyan la
salida o en mi ira las arrastraré con mis manos hasta el pantano!
Hermoso y profundo post. Música que inspira a seguir leyendo. Me encantó.
ResponderEliminarCariños desde Perú Myriam.
Muchísimas gracias por la visita, la lectura y tus cálidas palabras, querida amiga Nuria. Vaya desde Argentina hacia mi amado Perú, un beso y un fuerte abrazo.
EliminarQué bien, amiga! Estupendo; con un decir encantador. Creo haberlo leído, o, me recuerda una serie de trabajos que nos regalaste hace un tiempo. Estupendo!
ResponderEliminarFelicitaciones + Besossss
Así es, Pichy, pertenece a la novela "ROMANCE DE BENAZIR Y JALIL", seguro que ya lo habrás leído, pero no acá, en este sitio lo publico por vez primera. Gracias, mi buen amigo, te quiero mucho, besitos!!!
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