He gritado la eterna interrogante -¿Por qué?- Riachuelos manaron de estos ojos sin respuesta que
humedecieron tu cuerpecillo inerte. Aún hoy ansío tu pelambrera fundida a mi
piel; quiero ser tu faro, tu albor, tu infinito y proporcionarte un feliz
vagabundeo más allá de los orígenes en que anidan los resquemores.
Descansa en mí, expando las alas para
transportarte, fluida y sutilmente, concibiendo la insuficiencia gravitacional
para halarnos hacia el turbador suelo humano; no somos humanos, somos ángeles…
el portal del cielo se abre para nosotros…
Mis oídos perciben sus maúllos. Es ella, mi
alada hija de cuatro patas con su áurea rosada.
Allí está Milagros, paseando entre nubes...
Estoy llorando nuevamente, pero ahora es
porque sé que nunca se fue.
Se me da bien, amiga, de mucha poesía. Siempre un placer leerte.
ResponderEliminarBeso
Muchas gracias, querido Pichy, el placer de contar con tu presencia es mío. Besos
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